El Mercurio (Santiago de Chile), 13 de febrero de 1990.
«En los grandes tiempos, desde Valparaíso nos proyectábamos al mundo».
Señor director:
He recorrido el mundo, países lejanos, ciudades exóticas. Nada, no existe nada como Valparaíso. Es la ciudad más bella, la más mágica de la tierra. Fue famosa, conocida hasta en los más lejanos lugares, antes de la construcción del canal de Panamá. Centro dinámico y vibrante del Pacífico, lo citan escritores como Melville, en su La ballena blanca, y Meyrink, en El rostro verde, además de muchos otros. Recuerdo que cuando traje al mariscal Tito a Chile, su ministro de Relaciones Exteriores, Koča Popović, filósofo y culto, me pidió que le llevara de noche a recorrer los cerros y los bares de marineros del Puerto. «Porque son muy pocos extranjeros en el mundo ―me dijo― los que podrán vanagloriarse de haber hecho esto en Valparaíso». Yo era entonces embajador en Yugoslavia.
En los grandes tiempos, desde Valparaíso nos proyectábamos al mundo. Desde ahí partí un día a la Antártica, en la segunda expedición chilena. Hay una relación especial entre Valparaíso y la Antártica. Y desde ahí también partí un día hacia la India. Valparaíso fue y deberá ser el centro más importante del océano Pacífico, que nos conecta con el Asia y con nuestro desino, con la Oceanía, con nuestra isla de Pascua. La decadencia de Valparaíso es la decadencia de Chile. El resurgimiento de Valparaíso señalará la resurrección de nuestro país como primera potencia del Pacífico. Y siendo este mar el océano del siglo que ya viene, Chile será potencia mundial.
El Pacífico y la Antártica, dos misiones grandiosas e ineludibles de Chile. Y para las dos, Valparaíso. Su importancia no es industrial, ni meramente económica. Deberá ser esencialmente política, pues la política deberá siempre primar sobre la economía, como lo espiritual sobre lo material.
Y es por ello que es más un símbolo si damos a Valparaíso, al comenzar un nuevo siglo, la fundamental misión política de ser el centro del Gobierno de Chile, como una atalaya, proyectándose hacia el Polo y al Asia, al mundo del futuro, rompiendo el enclaustramiento cordillerano. Adueñémonos de nuestro mar, al fin. En dirección al paraíso.
Todo cambiará para Chile el día en que nuestros gobernantes se instalen en el puerto de Valparaíso. Serán en verdad los dueños y gobernantes del futuro, del Chile del futuro. Y habremos hecho también justicia a los soñadores y nostálgicos de Valparaíso, a Joaquín Edwards Bello, a Salvador Reyes, a Enrique Bunster. A los poetas de aquí y de allá.