Archivo Miguel Serrano - Escritos

Nuestra neutralidad

Discurso

En el invierno de 1941, con estas palabras dio inicio a su revista.

La Nueva Edad, núm. 1 (3-7-41).

 

Despreocupados compatriotas:

Más de alguno de ustedes recuerda mi nombre y sabe que yo he tenido grandes inquietudes y esperanzas nacionales.

Actué dentro de mi campo y creí en posibilidades políticas chilenas.

Si permanecí en silencio, lejos, todo este tiempo, fue porque comprendí de pronto que el destino del mundo hoy se jugaba en otros lados. No nos pertenecía el presente, aunque sí, sin duda, el futuro. Sin embargo, no podía el destino detenerse en la carrera despiadada y grandiosa por los confines de esta tierra. Tocando sus campanas de alarma, despidiendo sus profundos gritos especiales, inconfundibles, tenía también que llegar hasta nosotros. Porque si es verdad que los americanos del sur hoy no podemos actuar como primeros personajes de la gran tragedia histórica, ni ser sujetos de la historia, sino objetos, debemos, sin embargo, y por ello mismo, reaccionar ante los estímulos, ante los acontecimientos, de un modo único, inteligente, que nos salve el futuro, que nos dé credenciales y derechos a marcar los siglos por venir.

Inteligencia, honradez, temor, astucia debe ser nuestra consigna. Con ello no nos preservamos solamente nosotros, sino que también y con nosotros el mundo. El destino es ciego y se cumple invariablemente; no se puede torcer; pero es ciego y se retrasa. Es ciego, nadie sabe a dónde llevará. Cuando se cumpla como una ley orgánica, en la historia hasta hoy, es absurdo que tenga un finalismo divino. Los hombres pasan a ser piezas, engranajes, y no habrá más finalidad que la que el hombre, por medio de un gran esfuerzo de comprensión, podrá darle. Porque el destino no se puede torcer, pero sí superarlo, y de una vez para siempre. La hora de América del Sur llegará, llegará invariablemente; pero por debilidad o necedad puede retrasarse y tomar otras formas menos brillantes. Puede también llegar ciegamente como siempre y cumplir solo un ciclo más en la historia. Siendo que podría llegar con claridad y superación.

Parece que en nuestro país no nos damos cuenta clara de estas cosas. Los acontecimientos presentes del mundo, que son tan significativos y palpitantes, tan cercanos ya, no se ven o se contemplan a través de una cortina de humo que se extiende desde cierta parte. Pero no por eso los peligros que nos acechan, que sostienen su puñal aquí, encima de nuestra cabeza, dejan de existir y de acercarse, de acercarse cada vez más, al extremo que ya sentimos su frío. Es por esto, compatriotas, que he venido aquí a hablar en esta noche, pasando por encima de muchos escrúpulos personales y de una línea de silencio que me había trazado, porque sé que veo las cosas como son en este momento y que si permaneciera callado, sin hacer un esfuerzo por comunicarlas, por transmitirlas, mañana, sentiría la responsabilidad ante mí mismo de que como chileno, como ciudadano cualquiera, que puede expresar sus pensamientos, no lo ha hecho en el momento más necesario y posible.

Quiero hablar en nombre de los escritores sinceros, honrados, no escépticos aún, de los escritores de la nueva generación de Chile, y dirigir estas palabras más que a nadie al Presidente de la República, que es mi Presidente y que es de quien depende hoy nuestra suerte. Son las palabras de un chileno a otro chileno que posee todas las condiciones nobles de nuestra raza, palabras de estímulo dirigidas en un momento crítico, en que él, nuestro país y las oficinas de nuestra cancillería soportan una intensa presión extranjera en torno a determinadas concesiones y a objetivos políticos belicistas, apoyados en el interior de nuestro país por hombres que no poseen por sangre ni condición ninguna de las virtudes de orgullo y de nobleza típicas de nuestra nacionalidad.

Chile, hasta hoy, a través de todas las vicisitudes de su política interna, ha mantenido en sus relaciones con los demás países una línea de conducta austera y serena. No se ha dejado llevar por pasiones momentáneas ni se ha amedrentado nunca, cediendo a amenazas o a presiones; lo ha guiado solo su propio criterio, su propio sentimiento de la dignidad y de la hombría, pasando a veces por sobre la complicada red de los intereses financieros, que a menudo son amarras y esclavitud de otros países.

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