Archivo Miguel Serrano - Escritos

Nuestra neutralidad

Discurso

En el invierno de 1941, con estas palabras dio inicio a su revista.

Nada de esto sucede con América del Sur, que es otro continente, separado por enormes extensiones de agua y espiritualmente alejado de la raíz activa del conflicto, que solo nos alcanza por consecuencia en nuestra vida presente, pasiva y de reflejos. Puede ser que los países no tengan una fundamental razón de ser, principalmente ahí donde no hay grandes diferencias raciales, y que las fronteras sean líneas artificiales creadas por el hombre, que por consiguiente el mismo hombre se encargará de abolir, para su bien; pero los continentes son cosas serias, son entidades casi absolutas. Están separadas por el agua, que nada liga eternamente, y deben hacer sus vidas propias, relacionadas solo en el comercio y en lazos de diplomacia transoceánica. La tierra no es redonda, como se ha dicho; porque no todo este planeta es de tierra. Con más razón se podría decir que el agua es redonda. Y el agua no une a los hombres, sino que los separa.

Con esto no queremos significar que no nos preocupa la guerra. Nos preocupa, sí, y mucho, en cuanto ventila problemas esenciales de la vida del hombre y en cuanto por hoy nosotros existimos pasivamente aún y el mundo del presente depende en su conformidad de la acción que Europa desarrolla sobre él. Pero, por esto mismo, no somos nosotros los llamados a tomar parte activa en el conflicto. Porque somos hoy un continente neutral, en el profundo sentido del término. Al salirnos de la neutralidad negaríamos y adulteraríamos nuestra existencia.

En todas las razones que se dan en contra de la neutralidad no hay el idealismo que se aparenta, sino que solo una concentrada defensa de intereses económicos de un mundo que se resiste a morir. Porque no hay dudas que estamos a la puerta de un gran cambio, como no ha habido otro en la historia, de una convulsión que modificará la forma de vivir de los hombres. La guerra también decide esto. Porque hasta ahora se ha vivido mal y no se puede seguir viviendo ya de ese modo. Nadie sabe si lo que viene será mejor que lo anterior; pero por lo menos será otra cosa, una nueva prueba y una buena posibilidad.

Ante las corrientes en pugna América del Sur debe conservar su neutralidad y evitar ir a la destrucción. Nosotros sabemos que existe presión para quebrar nuestra línea, principalmente desde el hemisferio del norte. Sin ánimo de ofender a nadie, muchos al continente norteamericano queremos hablar estas cosas con claridad y sin miedo. Sabemos que el Gobierno del presidente Roosevelt no ha sido nunca neutral y que está a un paso de la guerra con Europa. Esto tal vez es justo para Norteamérica, desde el momento que ese continente se ha comprometido a fondo en los problemas europeos, debido a sus intereses económicos. Pero la situación nuestra es diametralmente distinta y tenemos que verla del modo que es para nosotros, aunque se nos quiera presionar en un sentido contrario. Nuestros intereses no están en juego del modo ni en la forma que lo están para el capital norteamericano. Al contrario, nuestros verdaderos intereses económicos son distintos y están en el otro extremo. Tampoco encontraríamos gran auge bajo una protección, que nos llevaría más bien a un constreñimiento.

Pata atraernos definitivamente a su órbita, Norteamérica ha echado mano a los resortes poderosos de sus medios de propaganda. Ha puesto en movimiento consignas, periodistas, actores de cine y películas con temas sudamericanos. Volvemos a repetir que no deseamos formar opinión en contra de Norteamérica. Solo deseamos valernos de nuestros derechos de chilenos que ven las cosas tal como son en realidad. Es más, todas estas opiniones las he manifestado personalmente a norteamericanos y ellos las han entendido. Poco más de un año atrás me tocó viajar por Chiloé con el entonces segundo secretario de la embajada norteamericana, Mr. Edwards Gatewood, que viajaba con su máquina de películas tomando datos e impresiones. Él conocía mi punto de vista y me pidió que le explicara lo que yo deseaba. Le dije que me daría por feliz con que alguna vez pudiéramos llegar a ser un continente unido y fuerte como el suyo.

Pero Norteamérica no conoce nuestra alma. Toda su propaganda está encaminada a demostrar, además de la unidad económica, la unidad psicológica, la hermandad espiritual. Para ello se ruedan películas absurdas sobre México, Cuba o el Brasil; enseguida se mandan actores de cine en viaje, de «buena voluntad». En su apresuramiento y en su ignorancia de todo lo nuestro, la diplomacia norteamericana no medita en la ofensa que nos hace. Creen que se conquistarán a los mestizos, a los semiindios parlanchines y sentimentales y a las «señoritas», como dicen ellos, con el «sex appeal» de sus galanes.

En verdad nuestras almas están muy distantes. No existe ninguna similitud.

La guerra la ganará Europa. Y ello es sin duda mejor para nosotros. Nuestros intereses económicos están con ese continente. El engrandecimiento de nuestros pueblos está ligado a él. Europa purificada jamás se opondría a nuestros deseos sudamericanos de unidad continental, es más, yo creo que nos ayudará, pues que en nada la perjudica y, al contrario, ganándose nuestra gratitud se beneficia. Es de esta suerte como también hoy nuestros grandes ideales están en juego. Mas, para conquistar el derecho a la unidad futura, nuestros débiles países deben hacer hoy mérito moral, observando una estricta rectitud y equidad en sus conductas.

Compatriotas:

Miremos hacia el futuro. Detrás de estos oscuros y grandes momentos, es la era de la sinceridad la que se aproxima. La era de la sinceridad, por fin, tras lentos y horrorosos tiempos de hipocresía, de dominio falso, subterráneo, adornado con elegantes frases y con dorados ideales flotantes. Pausados tiempos contrahechos en que se destruyeron tantas almas bien conformadas y tantas buenas intenciones. Es la era de la sinceridad la que viene. Hay una campana de fuego y de sangre que la está anunciando. Y vendrá aunque vosotros no lo creáis, aunque os quedéis dormidos detrás de los prejuicios. Chile, nuestra patria, país sincero por excelencia, no tiene nada que perder y sí mucho que ganar. Sin embargo, nuestro camino está lleno de obstáculos. Para no enajenar el futuro, para no perderlo irremisiblemente, yo pido a nuestros gobernantes, a nuestro secretario de Relaciones Exteriores, a nuestro país en general, la prudencia del noble hacendado de nuestros campos. Chile, manteniendo una actitud neutral en el presente, puede salvar el porvenir de América del Sur. Esta es la línea, y esta línea nadie puede quebrarla, ni con la razón (porque no la tienen) ni con la fuerza, porque no lo permitiremos.

Chilenos, Excelentísimo Presidente de mi país, en estos difíciles momentos, tan peligrosos para nosotros como lo sería una bomba de tiempo colocada en la pieza de un niño, no comprometamos nuestros soldados ni nuestras vidas, ni cedamos un metro de territorio para bases de guerra. Defendamos nuestra tierra como lo hemos hecho siempre contra aquellos que en verdad la codician, y ganémonos el futuro que nos corresponde, el futuro del mundo que no espera, para que digamos la última palabra, la palabra que romperá las sombras de la historia, palabra que creen escuchar desde el principio los hombres torturados por la búsqueda.

Inteligencia, honradez, patriotismo, firmeza, conciencia continental, he aquí las consignas.

Mi voz es la de un chileno de hoy, que ya no puede equivocarse, porque ve claro el sentido de la historia humana y porque comprende la grandeza y la tragedia del momento, y se dirige a sus compatriotas y a su Presidente, en la esperanza de que lo comprendan.

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