Archivo Miguel Serrano - Escritos

Nuestra neutralidad

Discurso

En el invierno de 1941, con estas palabras dio inicio a su revista.

Ser chileno, hasta hoy, ha sido ser muy hombre, ser independiente, reacio a toda imposición despreciativa.

Yo sé que hay muchos entre nosotros que no se dan cuenta de lo grande que significa en un país nuevo como es el nuestro, que no tiene una tradición fundamentada en el espacio, poseer, sin embargo, un concepto tan arraigado de nuestras propias cualidades y de nuestra dignidad. Es algo que no se enseña en las escuelas; pero que, sin embargo, cada uno de nosotros trae consciente. Muy pocos son los pueblo que pueden preciarse de esta condición. Porque ser chileno es también ser patriota y conducirse, superando las rencillas caseras, como un solo hombre en lo que se refiere a las relaciones con los demás países.

Es proverbial ya que el chileno es un hombre muy listo, que es «macuco», y esta misma «macuquería», tan dispensada en el juego de la política interior, debería ponerse en práctica hoy en la política exterior.

Pasamos por momentos muy graves para nuestro país, en que se hace necesario más que nunca poner en juego todos los resortes tradicionales del alma chilena, para salvarnos y reconquistar en el continente aquel prestigio de severidad, de dureza y de disciplina, que tuvimos en el pasado.

No se exagera al decir que Chile ha jugado hasta hoy un papel principal en América del Sur, y que aún sus decisiones son tan esperadas como fundamentales para el curso de los próximos acontecimientos y para el resultado de las decisiones de los países vecinos, que encierran en sí el porvenir de América del Sur. A pesar del aislamiento y del recelo en que se nos ha colocado, se espera nuestra palabra definitiva con verdadera ansiedad, y los demás países del sur tienen puestos sus ojos, sin confesarlo, en esta fortaleza, en este reducto de la raza y de la neutralidad.

Debemos medir la responsabilidad que hoy cae sobre nosotros, como siempre, en este lugar del mundo, antes de dar pasos inminentes. Y en la soledad de las decisiones, el Presidente y sus ministros solo deben recurrir, para alumbrar el camino tan difícil, a la tradición de nuestra alma nacional, que es la única que puede seguir dictando los impulsos, con la seguridad de no equivocarlos nunca. Chile no puede pagar con la ingratitud y la deslealtad a países que solo le han tratado de un modo amistoso y sincero. Chile, recurriendo a su historia y a su alma, solo puede pagar con la misma moneda. En este caso especial, con la moneda de una neutralidad absoluta ante el conflicto que hoy conmueve a una gran parte del mundo y que amenaza extenderse totalmente. Nadie debiera hacernos variar de esta línea, por dignidad y también por inteligencia. Si alguien pretende hacerlo, bajo intensa presión, Chile, nuestro país, debe saber morir con las banderas al tope. Es lo que esperamos los chilenos y es lo que espera también, en el fondo, nuestro continente, para salvar su futuro.

Al llegar aquí, en estas palabras, podemos decir que hemos tocado la razón misma de ellas. El palpitante tema de la neutralidad. Desde el comienzo del conflicto bélico en Europa, ha sido motivo diario de la prensa mundial. En nuestro país, revistas y periódicos, que parece tuvieran como principal misión el desorientar a la gente, lo abordan de un modo incisivo y tendencioso. Se pone el ejemplo de Bélgica, de Holanda, de Noruega y qué sé yo cuántos otros países de Europa. Con ello quiere colocarse en desuso la actitud neutral, con ello se quiere significar que ningún país puede ya serlo y que también nosotros, países de América del Sur, no lo podremos ya, porque corremos idéntico riesgo al de los neutrales de Europa, que no fueron respetados ni reconocidos.

Pero, cuando dicen y se escriben estas cosas, ¿se dicen y se escriben en serio? ¿Las piensan así aquellos que las escriben? ¿Son sinceros y honrados? ¿Son en verdad patriotas a los cuales preocupa enormemente el destino de nuestros países? ¿O solo son agentes de uno de los bandos en lucha, que solo defienden intereses en juego, y alegan de este modo contra una neutralidad que ya no existe, porque ellos mismos la han violado?

Los que así creen ―si es que lo creen― están en un error en lo que se refiere a la cuestión de nuestra neutralidad. Es urgente en el momento aclarar esto. Nuestra actitud, nuestra única actitud, tiene que ser la neutralidad, y la neutralidad más absoluta. De nada sirve para apoyar lo contrario traer a la comparación el caso de Bélgica y Holanda. Siendo una resolución que nosotros tenemos que decidir sin analogías de ninguna especie. El caso de América del Sur no es el caso de Europa. Afirmar lo contrario es ridículo e inexacto. Existiría un concepto de neutralidad europeo, que es más subjetivo que objetivo, y existe un concepto de neutralidad americano, que es amplio y objetivamente posible.

Las causas de la guerra en Europa son profundas, complidas y han constituido un motivo de ansiedad y ebullición legendario. No es el caso de tratar aquí esas cosas, pero lo cierto es que todos y cada uno de los pueblos de Europa, por muy pequeño que fuera, pasaba a ser zona terrestre e interesada del conflicto. No podían ni debían ser neutrales en ningún sentido. Ni en el territorial, puesto que eran zonas estratégicas o de tránsito, ni en el sentido espiritual, pues que eran parte viva del gran problema.

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