Archivo Miguel Serrano - Escritos

Mi último encuentro con C. G. Jung

Artículo

C. G. Jung trabajando en su escritorio.

Fue publicado dos veces por El Mercurio, en 1961 y en el 2002.

El doctor Jung llevaba siempre en su mano izquierda un anillo con una gema gnóstica, egipcia. Hablamos del significado de ese anillo y él me lo explicó: «Todos estos símbolos, me dijo, están vivos en mí». Era maravillosa su memoria y su cultura increíble, aun a los ochenta y cinco años. Hablaba a veces como un poeta, como un mago, como un místico. Una vez me dijo: «Mi mensaje no es entendido plenamente; solo los poetas me comprenden».

Ahora le pregunto:

―¿Qué va a pasar con el hombre, en la supercivilización técnica que se avecina? ¿Cree usted que alguien volverá a preocuparse, dentro de veinte años, del espíritu, de los símbolos, en plena era de los viajes interplanetarios, con los «sputnik», los Gagarin y los Shepard? ¿No llegará a aparecer el espíritu «démodé»?

El doctor Jung sonríe maliciosamente, y afirma:

―Tarde o temprano el hombre tendrá que volver a sí mismo, aunque sea desde los astros. Todo esto que está pasando es una forma extrema de escapismo, porque es más fácil llegar a Marte que encontrarse a sí mismo. Si el hombre no se encuentra a sí mismo, si no vuelve a sí mismo, entonces corre el más grande de todos los peligros: su aniquilación. También en esto de los viajes al espacio exterior hay un inconsciente intento de solucionar el más grave de todos los problemas que el hombre deberá afrontar en el futuro: la superpoblación.

El doctor Jung iba a seguir hablando sobre este tema importantísimo cuando la señorita Bailey entró para decir que la hija y el yerno del doctor Jung estaban esperando. Mi promesa de una conversación breve no se había cumplido.

Pero ahora sé que no importa, pues mi entrevista iba a ser la última. Y algo tal vez me lo indicaba de este modo, pues al llegar a la puerta me detuve y volví la cabeza. Jung estaba ahí mirándome fijamente, con su suave sonrisa, y levantaba su mano para hacerme un gesto de despedida. El último. Su mano con el anillo gnóstico. Me incliné respetuosamente.

Sí. La última vez que vi a Jung estaba vestido con una bata de Oriente, con ropas de Oriente, y su joya gnóstica relucía en su mano antigua, Lo nimbaba una luz de atardecer.

Fue como si me hubiese querido decir: «Adiós, ya me voy. Pero retornaré un día por Oriente».

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