La Nueva Edad, núm. 15 (15-1-42).
Han sido estos gobernantes demagógicos y politiqueros, principalmente este a que nos referimos, que llena largos períodos de nuestra historia, quienes han ayudado magníficamente las intenciones del imperialismo anglo-judío, al desnaturalizar a Chile y convertirlo en lo que hoy es: un pueblo inorgánico, enfermo de constitucionalismo estratificado, legalista, electorero y «cuequero», como el mismo señor Alessandri cínicamente lo afirma. Del roto heroico y belicoso se ha extraído el Verdejo afeminado y «tallero» de las ciudades. El proceso ha sido fomentado con malicia por una prensa subvencionada y al servicio de los intereses masónicos judíos del exterior. A través de aquellos negros años de miseria, solamente se encuentra una pequeña luz y no bien clara entonces: Ibáñez. Este hombre, orgánicamente, representaba a Chile. Sus errores, sus inexperiencias, sus defectos, su acción en general, cualquiera que haya sido, fue chilena, es decir, era seria, era trágica y sobria. Con él, lentamente, Chile estaba volviendo a reencontrar su alma. Aquellos años, para los que entonces éramos niños, son de recuerdo espeso y negro; pero son sólidos. Se perseguía, se tiranizaba, se construía y se hacía algo. Y lo que se hacía era serio y se hacía de verdad. En cambio, lo demás ha sido solo un circo, una broma, una cosa extranjerizante y desorganizadora. La politiquería, la «macuquería» y el «cambullón» de las asambleas son cosas ajenas al alma chilena, que es alma viril y guerrera, alma militar y poética. Con Ibáñez arribó una generación que aún hoy permanece inexpresada y que en el fatal acontecer del proceso de las generaciones tendrá que cumplir aún en Chile con su misión. Entonces fue desplazada por la masonería que envolvió a Ibáñez y que luego fue la misma que lo hizo caer al comprender que su política podía redundar en beneficio de Chile. Volvió Alessandri.
Fue así como el camino del saneamiento del alma nacional por medio de una acción de idiosincrasia más chilena quedó a medio realizar.
Todos sabemos lo que sigue. Todos hemos sido víctimas. Nuestra generación principalmente, a la que se ha envilecido con el escepticismo y a la que se le ha cerrado paso a paso la visión de todo horizonte. El pueblo, descendiendo, tendría que caer forzosamente en las manos de los falsos profetas extranjeros y judíos del marxismo. Era el proceso lógico y estudiado desde el exterior. La canalla de los aventureros internacionales, permitidos por la ley, ha ido ganando terreno hasta llegar a controlar las masas de Chile, hasta degenerarlas y despatriarlas. Es la centenaria labor judía. A través de estos años en que todo ha estado permitido, en que el alessandrismo y la politiquería daban puñaladas y al otro día extendían la mano a la víctima mal herida, disculpándose y jurando amor eterno, en que el clima del robo, de la inmoralidad, de la degeneración y la falta de hombría ha sido elevado a una virtud y pregonado como salvoconducto necesario para poder circular o como una calidad o una «experiencias de la vida», lo lógico, lo justo, era que la lepra del comunismo, que se presenta a la mente ingenua e inculta con apariencia y exteriores de redención social, prendiera en el cerebro atormentado del pueblo de Chile.
Pero el comunismo marxista es algo totalmente ajeno a la mentalidad de nuestro pueblo, de nuestro pueblo en condiciones normales, es decir, reeducado, vuelto a su alma, que es viril, sana, amplia y generosa. Nuestro pueblo enfermo, «constitucionalista», electorero, politiquero, desnutrido, tuberculoso, borracho y sifilítico, ese sí que es comunista.
El método para acabar con el comunismo en Chile es el siguiente: quitarle la ciudadanía chilena a Lafferte, Contreras Labarca y demás dirigentes despatriados y mandarlos a Rusia, su verdadera patria. Enseguida, darle trabajo y bienestar al pueblo, educarlo. Debido a nuestra larga, honda y desgarradora trayectoria política, que nos coloca al nivel de cualquier pueblo europeo, no cabe para nuestra organización estatal, social, política y económica otro sistema que el nacionalsocialista. Y nacionalsocialismo no es, como lo es el marxismo, un internacionalismo, sino que es un patriotismo. Ser nacionalsocialista en Chile es ser chileno y nada más que chileno.
A través de los viejos y turbios años recorridos y de tantas muertes cotidianas, una cosa ha quedado probada aquí, ella es la enorme vitalidad de nuestra patria que ha logrado mantenerse firme en el fondo a pesar de tantas desgracias.
Y también en estos negros tiempos hemos tenido algunos momentos grandiosos en que ha alumbrado el viejo espíritu superior como en aquel día del 5 de septiembre, en que nuestra generación derramó su sangre generosa con la esperanza de que Chile se alzaría en ese instante. Fueron los jóvenes de mi generación. Y no se alzó, entonces, esta patria.
Después, en las elecciones de 1938, un pueblo carcomido y moribundo elevó sus esperanzas y sus puños, apretados para abrirse un horizonte. El pobre pueblo así lo creyó. No alcanzaba a adivinar que detrás de ellos estaban moviéndose los eternos comerciantes de esperanzas.
Pero la sangre de los muchachos del 5 de septiembre no ha sido en vano, porque, a través del intenso y decisivo recorrido de estos últimos años horrorosos de nuestra patria, el destino nos coloca hoy en un punto determinante. Y sabemos que si Ibáñez gana la elección, aunque a nosotros los jóvenes se nos mantenga al margen, es de esperar que Chile se encuentre nuevamente con un clima más serio, con algo más suyo; porque, suceda lo que suceda con Ibáñez, pase lo que pase, Chile volverá a ser serio, Chile volverá a ser más Chile, la tragedia será tragedia, y no circo de barrio con empanadas, con maltas, «tallas» desde la Moneda y un ambiente afeminado, degenerado, irresponsable y cómico de tonis trasnochados.
—
Si así acontece, entonces, sabremos que es la estrella de nuestro destino que nos vigila y protege desde las reservas del universo, el océano Pacífico, este gran mar del futuro, que también nos pertenece, la emanación buena y superior de los Andes milenarios y el esfuerzo de las almas y de los corazones chilenos, que a través de nuestra patria, mi patria, trabajan y esperan con fe callada la palabra y el esfuerzo honrado de un hombre que nos abra la primera puerta del porvenir.