El Mercurio (Santiago), 3 de julio de 1962.
En la amplia sala en donde nos encontramos, el dalái lama me observa con sus ojos serios y profundos, en donde siempre hay encendida una llama de júbilo inextinguible. Este joven nunca ha olvidado que fui uno de los primeros en visitarle después de su asombrosa escapada y mantiene hacia mí una afectuosa y humana cordialidad. Largo rato me estrecha la mano, diciendo algunas palabras tibetanas de bienvenida, que el intérprete traduce. El dalái lama envió un cable personal de condolencia a nuestro presidente cuando los terremotos de Chile. La respuesta del presidente Jorge Alessandri se la hice llegar hasta su refugio de los Himalaya. Ahora me confirma que la ha recibido.
Nos sentamos y él me pregunta por mi salud y mi accidente de una pierna. Me extraña que esté al tanto. A mi vez, le pregunto por su estado de ánimo y por las condiciones de los refugiados. Sonríe y mueve la cabeza sin decir nada. Luego, lentamente, me expresa:
―Los principios de la fe religiosa se olvidan y se oscurecen en los buenos tiempos; es en la desgracia cuando ellos se ponen a prueba y cuando vuelven a brillar en su más pura luz. Por ello, lo que ahora nos sucede a los tibetanos puede ser para bien, siempre que sepamos entender el sentido de la tragedia. Este es mi deber en estos momentos. La voluntad de Dios debe ser aceptada con fe. Tras el período de expiación, el Tíbet volverá a surgir depurado de males, si Él así lo decide. Ante la voluntad del Señor no hay fuerza capaz de oponerse, no hay ejércitos, por muy mecanizados, numerosos o poderosos que ellos sean…
Todo esto lo ha dicho suavemente y con alegría, casi con jovialidad.
El dalái lama partirá esa misma noche de regreso a su refugio. Me excuso por no poder ir a despedirle a la estación, pues esa noche, a esa misma hora, deberé estar presente en una comida en la embajada de Alemania. Le digo:
―Estaré en espíritu y con mi pensamiento despidiéndole.
Y el dalái lama me responde con humor:
―No «piense» muy intensamente, pues puede estropear el plan de la mesa en la embajada…
Esta frase revela su fino sentido del humor, al mismo tiempo que un conocimiento de las prácticas diplomáticas del protocolo occidental. Me da ella, a la vez, pie para hacerle una pregunta que me permita continuar mi conversación de la primera entrevista, la que ya relatara en un artículo publicado en este diario.
Le digo:
―¿Cree usted que es posible desprender el cuerpo psíquico, el cuerpo sutil, mental, del cuerpo físico y proyectarlo a la distancia, por medio de prácticas de concentración de la mente, tales como las que se enseñan en el yoga tántrico?