Archivo Miguel Serrano - Escritos

Más allá del nacismo

Artículo

La Nueva Edad, núm. 9 (21-10-41).

Al publicar estas notas demasiado extensas, queremos dar una explicación a nuestros lectores que tan amables han sido con nosotros. Lo siguiente es tal vez un poco pesado, árido y un tema en el que no hemos podido evitar digresiones y rodeos. El lector al cual le interesen estas líneas tendrá que leerlas en su casa, gastando un tiempo y una atención, que seguramente tenía destinados para otras cosas. Publicamos estas notas después de seguidas vacilaciones, y a pedido de algunos amigos. Lo hacemos también por una necesidad de honradez personal, porque este es el fondo de nuestro pensamiento y es desde esta consideración de la vida y del mundo desde donde salimos a combatir y a poner toda nuestra pasión en la lucha. Nosotros sabemos que en ningún modo nos hemos equivocado hasta hoy en nuestras apreciaciones, y que los acontecimientos del futuro nos darán la razón en nuestra fe en América del Sur. Al editar La Nueva Edad no hemos pensado nunca en el éxito comercial o populachero; hemos deseado solo dejar un documento de estos años chilenos y de una generación revolucionaria. También hemos pensado servir de orientación a cierto público y combatir firmemente los males. Y en esta norma seremos inflexibles. En la actualidad tenemos en nuestro poder un número de documentos sensacionales que utilizaremos en los próximos números. Por lo que nos pueda pasar después, hemos querido que este ejemplar de La Nueva Edad sea algo diferente, destinado a reflejar el fondo de nuestro pensamiento, para que quede de documento, aunque con ello perjudiquemos su amenidad y su difusión. Es una concesión que nos vamos a hacer a nosotros mismos y que rogamos nos permita el lector bondadoso, sin retirarnos por ello su interés futuro.

En las siguientes líneas, escritas hace ya algún tiempo, hemos hecho esfuerzos por condensar periodísticamente un tema que nos obsesiona, que daría para un libro, y que es una interpretación totalmente antimarxista y antievolucionista de la historia. La Nueva Edad desea ser principalmente amena y fácil. Lo será siempre en el futuro. En este número, que conserva una unidad en los artículos de los diferentes redactores, hemos querido condensar nuestra doctrina, expresar algo así como el breviario de nuestra lucha y de nuestra intuición. No sabemos hasta dónde lo hemos logrado, ya que no se han podido evitar las dificultades y desórdenes. Damos nuevamente explicaciones al lector, al mismo tiempo que le hacemos llegar nuestros agradecimientos por la simpatía que nos ha venido brindando a través de sus cartas y por la acogida incondicional que le ha otorgado a esta revista.


Sentido de la historia humana

No hay duda de que al hombre le importa, por sobre todas las cosas de su vida cotidiana, la oscuridad original de los primeros tiempos. Aun la antigüedad clásica, tan entregada a la vida inmediata y a las formas del presente, trata de explicársela en su mitología abundante. Todos los pueblos, todos los hombres de cualquier punto de la tierra o de la historia, buscan a través de sus mitos, de sus religiones y de sus cosmogonías. Todos los pueblos no son felices, y todos los hombres inquieren y hablan de la felicidad. ¿Quién les ha contado de ella? ¿Quién les ha dicho que existe? ¿Cómo lo saben, si nunca jamás la conocieron? Los viejos rituales, los antiguos mitos y alegorías, transmitidos y escritos, aun los sistemas filosóficos modernos, concuerdan en una cuestión, en una sola inquietud: el hombre fue feliz en esta tierra, existió un paraíso, una plenitud, un poder, una fuerza perdida. Esa es la verdad. Y no otra. La biblia azteca de Chichicastenango coincide también con los códices de todos los tiempos y de todos los pueblos, que al empezar una época, nuevamente jóvenes, escuchan mejor el recuerdo de la plenitud.

El sentido de la historia a través de su trágico y pendular argumento es, pues, la desesperada búsqueda del poder perdido, de la plenitud del hombre, de la reconquista de la grandeza y del triunfo en la lucha contra el mundo, que es la felicidad.

Nada importa que la mayoría de los hombres del presente, aturdidos por añejos prejuicios cientistas o por la feroz lucha material de la existencia, se sonrían ente estas palabras y nieguen el sentido finalista de la historia (por lo demás, esta cuestión no es metafísica), en este momento mismo en que los grandes acontecimientos del presente lo están comprobando. El hombre es mucho más de lo que a menudo cree ser.

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