La revista Atenea lo publicó en septiembre de 1948.
A medida que ella había hablado, se llenó él de su misterio y de su angustia, pues era como si la palabra y la conciencia de todo eso no se encontraran en otra parte sino dentro de su propio pecho. La voz seguía revelando esa aventura y así llegó a su corazón la palabra de la piedra que semejaba una loba recogida en el hueco de una quebrada:
―He aquí lo que debí ser y lo que no he sido ―dijo―. El mar cubrió este mundo en sus orígenes. Yo llevo grabadas las olas en mi espalda. Eran olas enormes, y esos cerros fueron cadenas de una cordillera submarina. Junto con mis hermanas y con las raíces de estos árboles parásitos, que viven de nuestras vidas, adornamos la selva interna de ese monstruo, que es un príncipe lleno de sueños tormentosos. Se fue el mar. ¿Dónde estará hoy? Y yo he quedado aquí, por mi culpa, retorcida y suavizada en el engaño de una forma que no pude alcanzar. Parezco una loba y estas escorias duras semejan mis pequeñuelos. ¡No es así, sin embargo! Por mi interior no hay ni leche seca. Aproxímate y verás que mis arterias no son más que dolor hecho piedra y mi forma, un esfuerzo perdido, realizado a destiempo. No he merecido ni la sangre ni el aire, ni la piel ni el amor de este simulacro cruel. ¡Vete, aléjate de mi espanto, no observes más mi engaño, ni mi dolor que contamina!
Se calló la voz y entonces él, sentado en el mismo lugar, empezó a escuchar la confesión de una roca desplomada y deforme:
―Soy un monstruo, espanto a mis hermanos, dentro de mí se agita una aspiración pasional que no encuentra salida en los pliegues duros de mi fuerza. Me oprime mi propio peso y mi incertidumbre no se decide por una posición; estoy mucho más lejos que mis vecinas, más lejos aun que esta montaña, ni vislumbro siquiera la forma humana o animal, soy una extraña en medio de todo esto, y por eso también soy más feliz, es decir, más roca, más nada.
Cuando esta sombre se calló, él percibió el murmullo de la más alta piedra, que, como un monolito, se curvaba blandamente soportando el viento de las duras estaciones. Gemía:
―Pude ser dulce madera, perfumada vida seca, que se humedece desde fuera y sueña en el torrente helado y jugoso de sus venas vegetales. Y un día debí ser cortada y pulida hasta adquirir la forma de un sitial, de un lecho de amor o de un trono de pontífice, sobre el cual el recogimiento de un espíritu humano dejara un sello benéfico a mi historia de superación. ¡Ah, cómo desearía sentir siquiera el azote y la palabra del viento sobre mi fiebre de roca! ¡Sería un estímulo y un bálsamo en mi atraso de siglos!
Así fue como las rocas torturadas de esas alturas de la tierra descorrieron el velo de su secreto. Y le tocó entonces el turno a los vegetales.
―Mira ―dijeron los boldos nudosos y sombríos― esta parálisis de nuestras ramas, estos retorcimientos que nos duelen, estas hojas enjutas y semidentadas. Llevamos años creciendo entre estas rocas horribles, sintiendo los escalofríos del abismo. El torrente seco que nos recorre quisiera implorar al sol un poco de calor de sangre, y, sin embargo, a veces se detiene en las estribaciones, comprimido por las raíces. Nuestra débil vida sueña siempre el mismo sueño primitivo; hemos dado un paso más allá del mineral; pero no hemos podido salvar el abismo que nos separa de la sangre. ¿Cuál fue nuestro pecado? ¡Si tuviéramos siquiera memoria para recordarlo! Solo sabemos hoy del terror helado de los pájaros que nos visitan y que casi no se atreven a hacer sus nidos en los sombríos huecos de esta vegetación. Es ahí, en nuestra sombra, en nuestra penumbra verde, donde crecen los fantasmas y las apariencias de seres que tú has creído ver. Son pequeños enanos endiablados, que se acoplan gimiendo o riendo a carcajadas y tienen por hijos a las arañas. Escucha, oye sus ruidos y sus voces, ellas te hablarán mejor de nuestro error, pues son la conciencia y el producto de nuestro pecado. ¡Ay, si los pájaros pudieran prestarnos unas cuantas de sus plumas, o el viento, amable, con su azote inclemente, curvar nuestras espaldas y doblarnos, hasta darnos la apariencia de una joroba humana! Escucha, esta es nuestra voz, viajero, que te habla de la tortura de la forma humana tratando de encontrar una expresión, un camino, a través de una miserable corteza de edades.