Su primera edición salió de imprenta en 1948, hace setenta años.
En la contratapa puede leerse un fragmento de la obra:
«… en nuestro viaje hacia la Antártica, cuando nos aproximábamos a aquellas lejanas zonas, comenzó a resonar en nuestros oídos la antigua admonición de Píndaro, el poeta clásico, que dice: “Ni por mar ni por tierra encontrarás el camino que lleva a la región de los eternos hielos”. Y nos parecía, ya entonces, que el poeta tenía razón. ¿Cómo encontrarla, señores, cuando la región de los hielos solo debe crecer en nuestro propio corazón? Comprendí que el verdadero viaje hacia la Antártica debía realizarlo en forma interior. Era en mi alma donde debía recorrer los angustiosos canales de un mundo antiguo y emergido del espanto de la eternidad, donde siempre la lluvia cae y solo el agua reina. Era ahí donde debería afrontar la herencia y el recuerdo psíquico de las primitivas razas abyectas, que fueron mis hermanos, que fueron yo mismo, y seguir sin desmayar, hasta donde asoman las señales de un mundo lejano y diferente. El paso del más hosco mar debería hacerlo soportando las náuseas de mí mismo, hasta llegar un día a ese último rincón donde los hielos de la indiferencia y de la paz moran».