Tierra (Santiago de Chile), núm. 4 (octubre 1937).
Se ha visto que lo que se necesita por el momento es el cambio. Y el pueblo lo que quiere en el fondo no es lo que falsifican sus voceros, que sin duda no son el pueblo, no es comer lo que desea, sino cambiar la vida y, como es digno (todo hombre insatisfecho y sagradamente ofendido lo es), prefiere morir de hambre, o lo que sea, a no cambiar la vida y no sentir que la esperanza renace. El pueblo desea el cambio y es quizás el que más fuertemente lo desea, por el hecho de no tener intereses creados en la enfermedad de la época. Quiere el cambio. Mas no es el cambio el paso a una economía racional, puesto que la economía misma y su relación pertenecen a la idéntica época mecánico-racionalista, como su principal expresión y creación. Sería entonces solamente prolongar las cosas.
Se necesita el cambio para sentir renacer la esperanza de la redención y además porque es cierto que en los principios de los nuevos tiempos, libres de la tradición y el interés sobre la muerte, el hombre puede encaminar su ansia por la dirección verdadera de su justa resolución.
Cambiar equivaldría a otra instancia expresándose y creando vida nueva, nueva relación o nueva espera solamente. O el cuerpo tal vez y su mundo oscuro; antes que lo demás, el deber, por ahora, es alimentar lo diferente. El problema es ante todo americano en su comprensión, más aún, chileno. Europa tiene su interés sobre la tumba, sobre el sepulcro de una época, la suya. ¿Cómo ceder el paso? Hay dos soluciones, quizás, para ella, por calidad o por cantidad. Un hombre solo, que parece esperar el mundo, un Hombre que lleve al nuevo tiempo, al eterno presente, a la Vida, con el solo poder de sus gestos de hombre realizado, o bien la Revolución, no la revolución, que es el estallido profundo de las hondas y oprimidas fuerzas de la vida, para destruir, catastróficamente, la vida de hoy, la llamada civilización, con sus propias armas y sus ciudades, para reconquistar los ríos y el sol. Se presiente hoy, casi. El mito de la revolución dirigida es un último esfuerzo tal vez por refrenar, por ahogar, la verdadera Revolución, por ganar tiempo.
Esto para Europa. Nosotros, aquí en América del Sur, somos ya distintos, nuestro hombre está determinado por otra instancia de la vida, que no se puede expresar debido a Europa ―imperialismo―, que nos imprime su realidad, que no nos deja y que puede aniquilarnos. Nuestro problema, nuestro deber, sería encaminar nuestra nueva espera hacia la resolución de la historia del hombre derrotado, hacia la totalidad del hombre, hacia la Vida. La Revolución no es nuestro problema, puesto que el parecido occidental es solo en la superficie y basta un leve sacudimiento para hacerlo saltar, tal como un perro negro hace con el agua. Comprender, o que alguien encamine…
Será una nueva época… No hay que tener miedo de las palabras, ni de aquellas con las que al contemplar otras épocas las denominan «de salvajismo», como a algo inferior, que sin duda no lo es a la de los tiempos modernos. Entre nosotros existieron, aquí, formaciones incaicas regidas por la sensibilidad tal vez, como las hubo parecidas de más antiguo en el Oriente, con relaciones establecidas y logradas, bastante más humanitarias que las que implanta el mundo irreal de papel moneda, el mundo actual en que la máquina se ha impuesto al hombre y crece sola, aniquilándolo, destruyéndolo y creándolo mecánicamente. Se trata de que la máquina no cree al hombre, sino al revés, que algún día el avión se ubique en su justo lugar y se humanice su gesto, siendo creado sin mayor afán y sin superlativo interés.
Que amanezca el nuevo tiempo de la esperanza, en que se pueda exclamar, al mirar al futuro virgen: ¡qué bello es vivir!, como lo han hecho tantas voluntades al abrir los nuevos siglos. Puesto que por hoy el papel de los hombres un poco más sanos, en la historia esta, es el mismo sacerdote indio, en su templo que simulaba el mundo, regiamente ataviado con vestiduras que imitaban al sol, paseándose de un extremo a otro, parodiando así al astro y su trayecto, de oriente a poniente, para ayudarlo por medio de este rito y que no se detuviera de pronto en su carrera y dejara de alumbrar. Se debe ayudar al sol cuando no se puede serlo.
Por hoy el problema para América del Sur es luchar contra el imperialismo espiritual, ya que no se puede con el económico, ya que el primero sería altamente peligroso, no siéndolo tanto el segundo (existe la correlación), que nos roza a lo sumo la superficie de nuestro verdadero existir, y ya que necesitamos tanto nuestra independencia íntima, luchando para ello contra esas manifestaciones de la «cultura» que son nefastas y variadas teorías, que toman incremento en nuestro interés y que no nos cuadran, ni se necesitan. Todo ello por América, cabe decir también por Europa.