Tierra (Santiago de Chile), núm. 4 (octubre 1937).
Hoy el hombre está enfermo. Cuando se camina mucho por una enfermedad, que en este caso sería una época, está el peligro de la muerte. De aquí la desesperación o la lucha que levantan las nuevas épocas. Puesto que el hombre necesita cambiar de enfermedad para mantenerse sobre la tierra y no perecer totalmente. Al iniciar una nueva época hay en el hombre algo así como un destello de alegría óptima, como si al fin amaneciera lo tan esperado. Y es preciso al comienzo de los nuevos períodos cuando el hombre siente latir más fuertemente el deseo de la vida y cuando podría caminar más libremente hacia ella, vislumbrando el verdadero camino. Es esta esperanza, entonces, la que dignifica el cambio. Loado sea. El Occidente hoy necesita cambiar, dejar que lo nuevo se exprese, permitírselo, pese a sus grandes intereses en la vieja enfermedad, pues por ella ha caminado tanto que hoy se encuentra a un paso de la anulación integral. Lo nuevo obedecería a otra instancia de la vida expresándose primordialmente en este otro hombre y creando, claro está, una vida distinta en sus expresiones y en sus relaciones, que las actuales mecánicas, «comerciales», del mundo.
En el albor de este nuevo tiempo quizás el hombre podría caminar hacia la Vida, hacia su felicidad, hacia su Shangri-La, hacia su Utopía, hacia su Icaria, puesto que hoy ve y comprende ―algunos―, aquí entre nosotros, el camino. Sería por hoy comprender que el cuerpo tiene también derecho a existir y a hablar su oscuro y desconocido lenguaje sexual y el espíritu, el deber de respetarlo.
Pero… ¿y la explotación del hombre por el hombre?
Se evitará, se dice, solamente por la centralización de los medios de producción, realizando el plan de una economía racional, por la derrocación de la anarquía económica del capitalismo… ¿No es esto en buenas cuentas tomar el rábano por las hojas? La diferencia, la desigualdad social existirán siempre, aun en la sociedad sin clases comunista, siempre, mientras el hombre no sea hombre, mientras exista esta historia pendular o esta historia de la hegemonía de alguna instancia.
Puede ser que no existan la clase proletaria y la burguesa; pero existirán bajo otra forma y con otros nombres. ¿Acaso dos generaciones no son dos clases diferentes en que una, la dominante, equivale a la burguesía, que es la que explota, y la joven, a la proletaria, que es la explotada? Y esto aunque los representantes de ambas generaciones pertenezcan por igual a la burguesía o al proletariado.
La explotación de un hombre por otro ―de una clase por otra― hoy se verifica a través del monopolio de los medios de producción, de las máquinas y las fábricas, que son las creaciones equivalentes al espíritu esencialmente racionalista y mecánico de la época terrible, que tuvo su origen en el humanismo. Siempre ha sido así. En otros tiempos no eran por cierto las máquinas, que no existían, las herramientas, fundamentalmente, como quiere asegurar el materialismo histórico, lo que monopolizaba el hombre triunfante, sino los templos, los palacios, los dioses, las piscinas, los ritos y las innovaciones en los símbolos, que eran creaciones que obedecían mayormente a la instancia preponderante y a través de las cuales el hombre se abastecía.
Ha sido así, porque el hombre de una manera, que se apoderaba del espacio y constituía su vida equivalente, se defendía de este modo contra el hombre que vendría de otra manera y que, de triunfar o de permitírselo él, crearía una vida distinta que no era la suya, que, por el contrario, sería su muerte. Es decir: la lucha por la vida.
Además, no todos los individuos de una misma actitud, de una misma instancia o de una generación, llegan al poder, a la conquista del espacio, vencen los más capacitados o los más cínicos, en la carrera, se adueñan de las expresiones, dominan, por egoísmo o miedo atávico ya, expresándose sobre el mundo en cualidad ellos, solo en cantidad los que no llegaron, indirectamente.
La explicación completa es clara en su esquema, pero no vale la pena detenerse, pues se puede complicar y oscurecer el conjunto con tanta extensión.
Así: la mala organización exterior resulta, como es justo, de una mala organización interior. ¿Qué se ganaría con ordenar lo exterior si no se ha ordenado lo interior? Sería simplemente perder el tiempo, puesto que el desordenado, que es el que crea la desordenación, volvería al cabo de un rato a desordenar y, es más, el desordenado no puede ordenar nada, solo puede ordenarse, con esfuerzo.
Para hablar con palabras corrientes al momento, ¿cómo quiere lograrse el comunismo exterior si el hombre, en sí, está en el capitalismo trunco, es más, en la monarquía absoluta de sus instancias?
Mientras se camine por esta vida y esta historia, existirá la explotación, la desigualdad, el dolor, aun en la «sociedad sin clases». A no ser que se decida por la Vida, por ser Hombres.
Porque en la Vida los hombres son cualitativamente iguales, al expresarse todas sus instancias en respeto y comprensión, y crean una vida, la Vida, y existe entonces la camaradería en la lucha contra el mundo y las generaciones vienen en un sentido de reemplazo. La diferencia entre un hombre y otro no es la reconocidamente histórica.
¿Que el hombre tiene hambre? Sí, es verdad, la inmensa mayoría de los hombres tiene hambre ―pero no tanto tampoco― y con hambre no se puede realizar el hombre. Por lo tanto no puede salvarse cuando se debe lograr casi por una disciplina, hoy, de perfección individual y solitaria, de un hombre y una mujer.