Escritos

Igualdad, desigualdad, explotación

Artículo

Primera página del artículo.

Tierra (Santiago de Chile), núm. 4 (octubre 1937).

También apareció en el número 7 de la revista española Hiperbórea.

 

Extraña cosa esta de «la lucha por la vida». ¿No es necesario ya hacer un esfuerzo tratando de comprender su justa correspondencia? Porque, se dice y se dice: «En la lucha por la vida fue derrotado», o bien «no te admires, es la lucha por la vida…». Y qué sabemos nosotros de todo esto.

Lucha un hombre contra otro hombre ―está visto― y sobre todo una generación contra la otra, una época nueva con la que le precede. Hoy se dice: lucha una clase con otra. Pero el concepto de la lucha de clases es simplista y estrecho dentro de la cuestión, puesto que aun en la comarca de una misma clase se debate una generación contra la otra… Y lo será siempre.

En lo hondo de esta realidad se encuentran los conceptos equivalentes de desigualdad y diferencia. Desde ahí se tiene que partir para comprender a fondo la cuestión.

Puesto que si una generación lucha con la anterior es porque es distinta y necesita derrocarla para poder expresarse. La generación primera ha creado su vida en el espacio, que corresponde, es justo, a su particularidad, ha llenado el espacio y tiene su personal hegemonía sobre él. La lucha se verifica en torno a la conquista del espacio, para expresarse. Es como una pizarra en la que un hombre ha escrito y que otro, que escribe fundamentalmente un idioma distinto, quiere a su vez emplear, teniendo que arrebatársela, borrar lo escrito por aquel y escribir lo suyo.

Igual sucede en distancias más amplias de la historia. Una época contra la otra. Y siempre: desigualdad. Diferencia fundamental cualitativa.

Hasta ahora la mayoría de los hombres de América se han dejado influenciar de un error mitológico del Occidente, que consiste en prolongar hacia las inmensas distancias del pasado sus categorías racionalistas ―no racionales― aplicando metro y pauta de su presente mecánico a todos los tiempos oscuros y diferentes. Cuando habría bastado para ser sabios que comprendieran que los tiempos son, que han sido, diferentes. Que las épocas estás determinadas por distintos signos y «otras estrellas». Que la época de los misterios de Eleusis, de Isis y Osiris en Egipto, de Cibeles en Frigia, obedecía a la creación de otro hombre, que hablaba una lengua de símbolos y de imágenes.

Es absurdo querer creer que ese hombre se nos asemejaba en su expresión y visión del mundo, o bien, con un criterio evolucionista, afirmar que era inferior aún, porque no había descubierto el avión o la máquina de escribir. Con estos errores mayúsculos se está hoy vulgarizando y equivocando el mundo. Los científicos, los sabios, los doctores del Occidente se endiosan en las cumbres de sus rascacielos de vulgaridad. Pero no es así y algunos de ellos lo presienten. Investigadores de las religiones «primitivas» tienen que recurrir a veces a hipótesis de «otra mentalidad» en el «hombre primitivo», para no naufragar totalmente en sus concepciones ―tal Kreglinger y el mismo Durkheim―.

Diferencia igual lucha. Mas ¿qué diferencia?

La historia es esencialmente épocas, las épocas las hace el hombre, por esto la historia la hace el hombre. El hombre con su cuerpo o con su espíritu.

Con su cuerpo o con su espíritu, no con su espíritu y con su cuerpo a la vez. Aquí el ángulo esencial en que tiene su raíz, su causa, la diferencia. La diferencia fundamental de las épocas de la historia del hombre, entre sí.

La historia la hace el Hombre; pero una vez con su cuerpo, otra, con su espíritu, otra, con su inconsciente. De ahí las épocas. La época llamada pagana, por ejemplo, obedece al inconsciente y sus creaciones y concepciones, mitos, misterios, ritos son su lenguaje. También ha existido una época anterior del cuerpo, de la que no tenemos la menor idea, época oscura, expresándose tal vez en un lenguaje espeso y sexual.

Por eso, para comprender la historia o la vida, que es vida del hombre, hay que partir siempre de una comprensión del hombre, solamente. No han hecho así teorías sociales como el marxismo hoy, por ejemplo, que parten cargando el acento en la creación y luego invierten los valores, tomando la creación por el creador, la parte por el todo, y caen así, a pesar de su renombrado materialismo, en incómoda metafísica (las ideas crean al hombre).

Que el hombre es el espíritu es una concepción implícita ―confesada o no― en la filosofía occidental. Mas ¿es esto el hombre? No, ya que el hombre tiene un cuerpo, un inconsciente y una emoción, pasando a ser el espíritu, el cuerpo y el inconsciente territorios completamente distintos, opuestos, tomando de este modo categorías de instancias absolutas, por el contrario del pensar dialéctico que las indetermina estableciendo enlaces imprecisos que las relativizan. No es así en la realidad.

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