Revista Atenea (Chile), núm. 163 (enero 1939).
Por el contrario, la dialéctica fusiona los opuestos, las antítesis, hace que todo sea y no sea, que «devenga», que pase como en el cosmos más allá del hombre, es decir, quiere pensar desde afuera del hombre, quiere anular definitivamente al hombre.
Podemos comprobar esto en los pensadores representativos de esta tendencia exógena.
Bergson, sin ser dialéctico, en el sentido de los marxistas de hoy, es el gran apreciador de lo inhumano, a través de eso que él denomina intuición y que no es nada más que la derrota o la enfermedad existente en el hombre de hoy, o sea, este mismo tiempo inhumano que hay que expulsar de nuestra vida. Bergson pensaba que para poder lograr la perfección en la comunicación de lo inhumano se hace necesario dejar de ser «homo loquax», es decir, de ser hombre. Estaba el filósofo dentro de un gran caos, porque él mismo, después de todo, era, por algún lado, un hombre. Dándose cuenta de este caos magnífico, se derrumba de pronto. Y ¿qué otra cosa pueda hacer sino convertirse al catolicismo cristiano como un buen judío fracasado?
Ahora aquí, entre nosotros, tenemos al profesor Nicolai, que recibiendo en su sensibilidad, por osmosis, el impulso americano hacia la salud, niega la dialéctica. Pero ¿no se encuentra también el profesor dentro de una confusión, cuando supera al hombre, al prolongarlo darwinistamente en un nuevo ser que advendrá con los dos hemisferios del cerebro funcionando? ¿Cree acaso él, ingenuamente, que así aprehenderá una verdad más verdadera? Se confunde el doctor Nicolai, porque negar la dialéctica, aritméticamente se entiende, solamente se realiza afirmando al hombre. Y viceversa, al negar al hombre se es dialéctico. Todo nuevo ser distinto al actual, que no sea el hombre que existió antes sobre la tierra, no es un hombre, es un superhombre, un semidiós o una máquina con piezas de acero en vez de órganos vivos y calientes.
La ciencia transformista actual anula también al ser humano, cayendo en el mareo terrible del cosmos infinito e indeterminable, no sabiendo ya si el mundo es un átomo o el átomo es todo un mundo.
En la concepción dialéctica aplicándose a la ciencia transformista, el hombre desciende constantemente de otras cosas, lo orgánico de lo inorgánico y todo es una misma sustancia que se modifica a sí misma. Es un panteísmo, un pansustancialismo. Ya en un tiempo el mismo sistema de Hegel ha sido denominado panlogismo.
En el panteísmo, lo sabemos bien, el hombre se muere. Por eso se afirma un dualismo definitivo, un homocentrismo.
Podemos confirmar, con toda seguridad, que por ahora es absolutamente necesario un retorno al pensar racional, una negación apasionada y aritmética de la dialéctica, que es, pues, la gran apología de la enfermedad y la anulación del hombre, que se edifica no sobre el ansia de salud existente en la criatura, sino sobre la enfermedad y la derrota que hoy cobija.
La dialéctica es la anulación quizás total del hombre, su intento de deshumanización definitiva, su muerte. Debemos, por todos los medios, detenernos en su umbral, debemos retornar con bastante esfuerzo a la salud definitiva de la vida, caminando para ello, como ya hemos explicado, el camino inverso: de menor en menor enfermedad, o en grados mayores de salud.
Retornar a la verdad.
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Hoy existe mentira y verdad en la vida, es decir, existe enfermedad; la vida es un poco no vida, porque el hombre es un tanto inhumano. Retornar al hombre significa humanizarse. Retornar al hombre y a la vida, o sea, a lo que en palabras corrientes es la apreciada verdad absoluta. Destruyendo, entonces, totalmente la mentira.
Esto es la vida.
Y con ello desaparece también la verdad. Desaparece para siempre como la mentira, puesto que solo en definición de ella existe. Desaparece la verdad, porque ha desaparecido la mentira y la verdad solo existe para destruir a la mentira. La mentira desaparecerá, cuando la verdad se haya hecho carne; entonces deja de existir, pues es. La verdad es la vida, el hombre vivirá.
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¿Por qué no puede decirse todo esto de esta otra manera? Allá, en el origen de los tiempos, el hombre, que era feliz, se perdió a sí mismo, en una derrota, por ejemplo, con el mundo distinto. Y su historia es una historia de dolor.
El nuevo hombre que aparece en las nuevas épocas sabe que debe recuperarse. Eso sabemos hoy aquí en América del Sur, continente determinado por otro factor o instancia de la vida que el Occidente, sabemos que hay que recuperar al hombre, humanizándolo; al hombre, que es totalidad, cuerpo y espíritu. Recuperarnos, humanizando al individuo, atacando para ello lo inhumano que hoy se erige grande altar en la actitud dialéctica. Reteniendo a tiempo, por eso, el más peligroso deslizamiento histórico hacia la aniquilación del hombre.
Cosas tan peligrosas solo se pueden combatir con una actitud verdadera hacia la vida.