Revista Atenea (Chile), núm. 163 (enero 1939).
En el mundo de nuestra historia solo se dan aspectos de la verdad. La verdad se «revela», han dicho los filósofos, cambiando de aspecto, de perfil, de lenguaje, de apariencia. Trasladado esto a un plano superior en vitalidad expresiva, se dice que cada época o tiempo expresa una distinta y única instancia de la vida.
Así, en «nuestra historia» (en nuestro mundo, han dicho los «filósofos») no se da la verdad enteramente expresada, toda, absoluta, de una vez. De esta visión parte ese «intríngulis », ese galimatías del «relativismo».
No se da la verdad entera, porque no se da la vida entera. No hay vida, cuando el hombre está un tanto enfermo.
Hemos partido de la premisa de la enfermedad del mundo de nuestra historia, sustituyendo por este concepto más real y más optimista el antiguo de «imperfección terrestre», puesto que enfermedad presupone el instante anterior de la salud, un momento en que se contrajo y una posibilidad de convalecencia y de salud.
Es por esto que hoy no hay verdad ni salud en un sentido absoluto, existiendo solamente un hombre menos enfermo que otro o más verdadero que un segundo. Más o menos enfermo, o sano, si se quiere, solamente.
Y sabemos que un hombre es más o es menos sano por una comparación con el valor ideal de la verdad, es decir, por una comparación con el recuerdo del hombre que fue y que se nos da en el sentir oscuro y en el ansia de reconquista de la totalidad que significa.
Por esto el camino de la ética es el camino hacia la reconquista de la vida, por deseo de ser cada vez más sano, menos enfermo, cada vez más verdadero.
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Al afirmar estas cosas no hacemos nada más que reafirmar el pensamiento racional del hombre, que va cayendo en desprestigio debido al «pensamiento» dialéctico. Y al atacar la dialéctica, para retornar al pensar racional, no hacemos más que afirmar con la actitud lo establecido de que el hombre debe intentar caminar desde un mayor error a uno menor. En este caso, desde ese gran error en el que estamos a punto de hundirnos como en un pozo negro y desconocido: la dialéctica.
El pensamiento racional no es, ciertamente, la actividad verdaderamente sana del espíritu, porque quizá no es el «pensar» su actividad funcional; pero sí es infinitamente más cercano a la verdad que la actitud dialéctica, porque en la verdadera vida las cosas suceden de una manera mucho más parecida, de seguro, al movimiento en categorías racionales que al evolucionar dialéctico. Las categorías definitivas, los contrarios, se encuentran en la vida, porque se encuentran por siempre en el espíritu, con la sola diferencia de que en la vida verdadera el espíritu no les piensa.
Ahora bien, para iniciar una definición de lo racional y lo dialéctico, siendo esta una cuestión casi de conocimiento, tenemos que rehabilitar la vieja fórmula de Protágoras, de que el hombre es la medida de todas las cosas, porque, en buenas cuentas, es el hombre el que las mide y el que las averigua. Así, es solamente del hombre desde donde hay que partir y desde su tiempo de vida, que es el que se mueve, desde su tiempo humano.
Desde aquí solamente podemos hablar de las cosas del mundo, de la dialéctica, hoy, y constatar su enfermedad y su anormalidad, por el hecho mismo de querer que el hombre averigüe las cosas de este mundo y, aun, que se averigüe a sí mismo, desde más allá de él y de su tiempo vital.
La cuestión se reduce a dos términos: tiempo humano y tiempo inhumano. El tiempo humano es el tiempo del hombre; mas como hoy el hombre no es absolutamente hombre, es justo que el tiempo inhumano se haya metido en nuestra vida.
Así, la dialéctica, al edificarse sobre la apreciación única del tiempo inhumano, es como si lo hiciera sobre la enfermedad sola, predicando la anulación total del hombre.
Es porque las cosas hoy se construyen sobre el ansia de salud o sobre la derrota.
Cuando el hombre era de verdad o cuando no existía eso que hoy se llama a veces eternidad, tiempo cósmico, había solamente «su tiempo», el tiempo de «su vida». Al enfermarse, al sufrir la derrota, se introduce el tiempo inhumano o cósmico, en que el movimiento se realiza de modo totalmente opuesto al nuestro, cabe decir, dialéctico, por un sistema inhumano de triadas, si se quiere, o de superación de antítesis que se fusionan, en que todo es y no es. No así en el «movimiento humano», o en el tiempo de la vida, que se realiza por aparición de contrarios o categorías opuestas.
El pensamiento racional ―como nos lo ha dado en llamar― se edifica sobre la apreciación de este movimiento en el tiempo humano, el pensamiento dialéctico respetará solo el movimiento del tiempo inhumano.
Para saber, entonces, cuál de estos dos pensamientos es más sano o más verdadero que el otro (que es lo que en última instancia podemos averiguar de las cosas del mundo actual) tenemos que aplicar el metro o la pauta de un valor absoluto, de la verdad absoluta, de la verdad, es decir, del sentimiento de la vida que fue, o del oscuro sentimiento que tenemos de cómo fue la vida.
Comparar.
Sabemos que la vida es vida del hombre, es decir, de su tiempo y su presente.
Hemos visto que el pensamiento racional en categorías inconfundibles, infusionables, se hace respetando el tiempo de la vida humana y su suceso.