Archivo Miguel Serrano - Escritos

Entrevista a mí mismo

Artículo

Uno de los textos que escribió durante su viaje a la Antártica.

Estanquero, núm. 75 (26-6-48)

 

Creo ya haber pagado en alguna forma mi deuda de gratitud para con la Antártica y para con quienes hicieron posible mi viaje allá. Al dar término a estas entrevistas hechas a nuestras fuerzas armadas y a los civiles destacados en la segunda expedición chilena a la Antártica, deseo agradecer a la revista Estanquero la gentileza y buena voluntad que ha tenido para conmigo y el entusiasmo que siempre demostró por el asunto antártico nacional, en relación con esta expedición, sobre la que siempre deseó informar. Al final es bueno también que yo dé mi opinión sobre este asunto, en la forma más concisa posible y más leal. No tengo ningún interés personal, ni siquiera creo posible que pueda volver a la Antártica, así es que nada me liga la voz para no decir las cosas como son. Esto hará bien a la Antártica y a los que allá vayan después.

Me voy a entrevistar a mí mismo, y esta entrevista me la voy a hacer aquí en Santiago y no en la Antártica. Creo que puede tener interés, pues que fui el único corresponsal que viajó a la Antártica en la expedición propiamente dicha. Fui representando a El Mercurio. Pero más que nada fui como un aventurero y como un escritor. Como un aventurero del espíritu.

Empecemos:

1) Las razones que me impulsaron a ir a la Antártica ni yo mismo las podría entender. Creo que a muchos les debe suceder lo mismo. Lo único que sé es que si yo hubiera puesto la mitad del entusiasmo que gasté en conseguir este viaje, en ganar plata, por ejemplo, hoy sería millonario. Debo agradecer en primer lugar a Rafael Maluenda de «El Mercurio», a Ernesto Barros Jarpa, al ministro de Relaciones y a Oscar Pinochet de la Barra. También fue muy gentil el director del Museo Zoológico de Valparaíso, el señor John Juger, a quien conocía desde niño y que me presentó al comandante González Navarrete, que por esta vez se portó muy bien y me dio el derrotero para conseguir mi viaje. Y fue así como se produjo el milagro de ser yo, Miguel Serrano, un experiodista «nazi», que permaneció largo tiempo en la lista negra, el único representante de la prensa chilena en esta expedición. La fe mueve las montañas y siempre se consigue lo que verdaderamente se quiere y lo que es grande.

2) Según mi opinión, la expedición cumplió muy bien su cometido de edificación de una nueva base en cuanto al lugar indicado se refiere. En cuanto a la expedición antártica propiamente tal me parece que no. Pudimos explorar más al sur, pasar el círculo polar y aun dejar elegido el sitio para una base futura. Que esto no se haya hecho no se debe a que bahía Margarita estuviera intransitable, porque pudimos haber recorrido por el sector casi desconocido de la isla Adelaida. Se debe principalmente al carácter especialísimo del jefe de la expedición, el comandante González Navarrete, que en todo momento llenó de dificultades el tiempo de la expedición, amargándole la vida a medio mundo y transformándolo todo casi en un infierno. Además de ser atrabiliario y de mantener un sistema de soplonaje incomprensible a bordo, era pusilánime y vivía ocultándose de unos ingleses imaginarios. Por ello, la prensa a bordo estuvo bajo doble censura y en clave, limitada a dar noticias sobre los pingüinos y las ballenas. Sencillamente, desde el ángulo noticiero, hice el ridículo y como yo lo hizo Oscar Pinochet, que representaba al Diario Ilustrado, además de ser delegado del Ministerio de Relaciones. En Santiago, la radio dio la noticia de nuestra llegada a Soberanía con hora y fecha antes de que nosotros hubiéramos fondeado; sin embargo, yo debía transmitirla solo dos días después de nuestro arribo. Se alegaban razones estratégicas y hasta el representante del Ministerio de Relaciones, que llevaba instrucciones precisas respecto al secreto de nuestros actos, fue pasado por alto y ni siquiera fue consultado en esta materia. Como chilenos había muchos que sentíamos la vergüenza de andar escondiéndonos en un territorio que es nuestro. Más aún cuando ingleses y argentinos hacían ostentación de su presencia y daban por las radios a cada momento el lugar de su ubicación precisa. Los argentinos se instalaron a diez metros de distancia de las bases inglesas con una base propia y se reían de cualquier temor. No es que ninguno de nosotros lo haya tenido; pero sí que el jefe de la expedición lo sentía, porque así se lo confesó a varios.

Otro asunto muy desagradable para un civil es la revelación de las incomprensibles rivalidades entre las distintas ramas de nuestras fuerzas armadas. Sus rencillas perjudican al país. La Aviación carecía de oportunidades para volar a su antojo, porque la Marina se ponía celosa. Y el Ejército no reconocía a la Marina el hecho indiscutible de que fue la que construyó su base y la que en todo momento la hizo posible. Por otro lado, la Marina encontraba malo todo lo del Ejército. Yo no sé si esto sucede así en todas partes del mundo. Me han afirmado que sí, y que aun en la Alemania de antes y en los Estados Unidos de hoy sucede igual. Pero esto no lo justifica. A mí me parece que la culpa de ello la tienen en gran parte los jefes de las instituciones que no hacen nada por evitar y suavizar estas manifestaciones negativas de un excesivo amor institucional. Yo tuve queridos y grandes amigos entre los militares, los marinos y los aviadores y me esforzaba a cada rato por arreglar las cosas y por unirlos a todos. Pienso y creo que es culpa de los jefes y, en este caso, de lo que pasó en Punta Arenas y luego en la inauguración de la base O’Higgins, cuando se olvidó totalmente a la gente, a la tropa y a la oficialidad de la fragata «Covadonga», que fue la que construyó la base, para dar la sensación de que todo había sido hecho por los turistas de solo dos días antárticos.

Páginas: 1 2

Archivo Miguel Serrano - Escritos

Cerrar
>