Reflexiones del autor publicadas en 1950 sobre su generación literaria.
Si el hombre blanco es el que alcanzará las cimas del futuro sudamericano, o si volverá el indio triunfante, no es posible aún saberlo. Yo creo que nada vuelve realmente, que ni el indio, ni las remotas profundidades, ni las divinidades hundidas en el tiempo sin recuerdo retornan con sus idénticas vestiduras. Vuelven, reencarnan, pero en formas distintas y más sabias, dilatadas en círculos superiores, girando cruelmente en la eterna espiral. Y los puros montes de estas tierras nunca fueron hollados, ni las legendarias razas lograron esparcirlos. Aún guardan intactos sus esencias y sus «ideas», que todavía no han revelado a los mortales su secreto.
Todo lo que las generaciones anteriores lograron construir en nuestra tierra ha sido una comedia superpuesta, producto de la ceguera y del desconocimiento del paisaje. Jamás se detuvieron a escucharle con atención. No podían. Su sangre ―que es el mar del espíritu― aún traía sombras del mundo lejano y prejuicios o atavismos de otra cultura. La historia nuestra puede sintetizarse en una lucha sorda entre el hombre y el paisaje, en que el hombre, fuerte aún, superpone su ley y su tesón. Pero el paisaje toma su revancha en el tiempo de las generaciones y se derrumba con su inmenso peso sobre aquellas. Primero les mata el alma, se la seca, y enseguida destruye sus cuerpos, reduciéndoles a tristes guiñapos y disminuyendo su estatura. El cataclismo sobreviene cuando el paisaje mata a nuestros padres y nos deja huérfanos de la historia, náufragos en el mar quebrado de las generaciones… Murió mi padre, y yo, niño aún, solo, dejé caer un mustio ramo de flores sobre su tumba. ¡He aquí mi generación huérfana, invertebrada, frente a una realidad ajena y hostil, para la cual carece de órganos de comprensión! Sin voluntad, con una enfermedad real del alma, sin caminos y sin pasado. Hacia atrás no hay nada y se presiente el horror místico de una catástrofe producida por el paisaje feroz y asesino. Los ojos de esta generación reflejan el terror cósmico de la noche de la creación. Miedo ante los montes, comprensión del destino trágico de Chile. Y la conciencia de que todo este horror debe tener un sentido necesario para la tierra y para el alma. Porque si nuestra generación es una generación desvinculada, por ello mismo es también la primera generación realmente americana, realmente chilena y representativa de una certeza. También Chile no tiene pasado ni historia, poseyendo por lo mismo todo el porvenir. Si es cierto que hay gran dolor en carecer de puntos de apoyo en la historia y en no tener ni un solo puntal a que asirse, por ello mismo puede obtenerse más fácilmente la salvación y construir un futuro nuevo, sin prejuicios ni trabas milenarias. He aquí las ventajas de la desvinculación y de las tierras nuevas del mundo. El futuro es la fruta dorada del árbol frondoso del bien y del mal, la cual podremos comer sin biblia y sin pecado. Nosotros, viejos niños, sangre inmolada, torre de fuego quemándose sola sobre las lomas, estamos representando la realidad de un mundo nuevo. Sin embargo, aún no somos de él. Desdoblados, entre las aguas, solo lo intuimos. Ni el pasado ni el futuro nos pertenecen y el presente es de la transición. No será tampoco la generación que nos sigue la que realice algo grande. Aquí, en el cruce de mis años, la he esperado con fe, por ella he deseado detener mi propia marcha y arriesgar la pérdida del camino. Y ahora la veo apaciguada y mediocre, mansa y sin fuego, envuelta en la espuma lacrimógena de los lugares comunes y entreteniéndose con las cáscaras que nosotros dejamos en el sendero. ¡No valía la pena! ¿O es que nosotros gastamos ya las energías por un siglo y en la grandeza estéril de nuestra generación se encuentra la causa de la mediocridad de las que nos siguen? Puede ser. Pero la verdad es que no ha existido en Chile una generación tan grandiosa y tremenda como la nuestra. No la hubo en el mundo. Huérfana y torturada, ¿quién como ella amó y murió en un instante, recuperando la eternidad oculta en el segundo? Su corazón se agotó y se esterilizó su esencia en el fuego simultáneo que fue capaz de penetrar hasta la raíz. Por eso no quedarán de ella obras ni creaciones en el tiempo. Su creación fue su propia vida agobiadora y su comprensión humana ilimitada. En la noche del pasado penetró la sombra y apuró el vaso quemante hasta las heces. ¿Cómo piensan pedirnos aún realizaciones y obras de aliento? ¡Prejuicios! Prejuicios de aquellos que aún creen en el mito de la acción exterior, siendo conformados por el error de una cultura ajena. La acción nuestra se libró en el drama del corazón y su hondo latido reconoció el paisaje, y el futuro, como una campana misteriosa, recogerá los ecos y los esparcirá. ¡Nos quemamos, agotamos las energías de un siglo, vivimos una hora y después invocamos a la muerte para no arrastrarnos vacíos y leprosos! ¡Hermanos, hermanos, no importa, no sufráis más, no escuchéis las reconvenciones del odio y de la incomprensión! La tierra os quiere, los dioses os aman, el mundo se hace desde la raíz del dolor y del sufrimiento, la semilla del futuro está en la angustia y en las lágrimas de nuestros corazones. ¿Qué importa que seáis mendigos, que arrastréis la amargura de no haberos realizado, si bastó una noche, una hora, un día, y ese esfuerzo inmortal es valedero por los siglos y es reconocido por el cerebro profundo de la tierra? La campana ha sido tocada, la sombra y el límite fueron alcanzados. Es de dentro hacia fuera como se hace la vida. Tened fe. Yo os llevo en mí. Rogad por mí. Por vosotros he detenido mi marcha y también estoy a punto de invocar a la muerte. ¡En recuerdo de los tiempos gloriosos, de las noches heroicas, de la rueda eterna donde nos venimos reencontrando, de todo aquello que es superior a nosotros mismos, dadme la mano y pedid al cielo por mí! Porque ya nunca más, ni en el pasado ni en el futuro de Chile, hubo ni volverá a existir una generación como la nuestra. Libre y solitaria, penetró el fondo del misterio. Solo la voluntad le falta. Y es una vez cada muchos siglos que se dan estas condiciones de desarraigamiento y soledad históricas que hacen posible, máximamente, la salvación individual, que es meta y causa de todo lo creado. Por esto os imploro, pues el instante es único, y en cada uno de nosotros, los miembros de esta generación, estamos todos. Vendrán otros tiempos, llegará el futuro y, sin embargo, aunque sea más fácil la vida, la salvación no lo será. Pues, aunque América del Sur esté centrada en su esencia, ya el individuo estará cortado y presionado por la atmósfera mental de un mundo poderoso y constituido y su salvación solo podrá realizarse como ente social o en lucha titánica en contra de lo establecido. Le faltará además la intensidad de la comprensión y de la conciencia, como sucede a aquellos que expresan en la vida una realidad certera, pero recortada. La historia estará de nuevo en marcha, aquí y en todo el mundo, y su rodillo colectivo pasará aplastando las almas únicas e indivisibles.
He llegado a saber que mi generación, con todas sus imposibilidades, es una generación extraordinaria, que habiendo vislumbrado algo nuevo y terrible, aunque nada realice, aunque fracase y desaparezca sin gloria y sin recuerdos, ha sido una generación profética. Por nuestras aspiraciones y visiones se guiarán mañana los que vengan y las realicen. Y aquellos que las realicen no podrán, en cambio, saber todo lo que nosotros hemos sabido y hemos visto. Lo llevarán a cabo; pero tal vez sin posibilidades de salvación.
Esto que aquí escribo será oscuro para muchos, sin embargo, más de alguien lo entenderá.
Generación tan trágica y con tantas inquietudes trascendentales como la nuestra, generación tan admirada por los dioses y tan tentada por Satanás, difícilmente volverá a aparecer en el mundo, antes de que las constelaciones giren otros miles de años en el cielo.
Últimos párrafos del capítulo, en Ni por mar ni por tierra…