El «ciclo racial chileno» está a punto de cumplirse.
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La visión apocalíptica y pesimista del futuro del planeta del Conde de Gobineau ha sido sintetizada al comienzo de este trabajo. ¿Hay alguna posibilidad de revertir el ciclo de la decadencia de las razas, de la involución del mestizaje, de la entropía y de la muerte? En mi libro El cordón dorado, he afirmado que sí, por existir una Segunda Ley de la Entropía y porque la Primera no se cumple dentro de un recinto cerrado totalmente. Podría darse así entrada a otra Fuerza Superior y distinta (Negentropía). Una Energía Espiritual. Porque el hombre no se mueve exclusivamente en el campo de las fuerzas biológicas de la materia física, pudiendo producirse, en su caso, la posibilidad hipotética de una Raza del Espíritu. Mejor que nadie nos ilustrará sobre esto el judío. Su «antirraza» es producto de una cría consciente, de una alquimia que, en el Pacto Renovado, constantemente transforma al judío en judío. No basta para la realización total del hombre encontrarse en posesión de una raza biológica, física. Los holandeses, los suecos, los noruegos, los dinamarqueses la tienen más pura que los alemanes hoy (como también lo viera Julius Evola). Sin embargo, esas naciones carecen de destino, en involución visible de su glorioso pasado vikingo. La raza biológica necesita de un equivalente de Raza del Espíritu, como encarnación necesaria para el cumplimiento del Destino de una Divinidad, de un Arquetipo; la interpretación de su Inconsciente Colectivo, como se diría hoy. Un violín Stradivarius se ha hecho para ejecutar a Bach, pero si cae en manos de un violinista de café, es usado para interpretar una melodía popular en boga. No fue, sin embargo, diseñado para eso y no estará entregando sus máximas posibilidades y virtudes. Es así que una fuerza venida de otros astros, de otros Universos, podría invertir el proceso de la decadencia racial del mestizaje y su entropía, valiéndose de una Voluntad Consciente y de la aplicación de una técnica de Iniciación racista: recrear la Raza del Espíritu Ario, volviendo a introducir en la sangre del chileno más blanco el elemento superior gótico, limpiándola, hasta donde sea posible, de los factores mongólicos, amarillos y negros, existentes en el indio, por su ascendencia fino-ugoriana de las estepas del Asia Central. Valiéndonos del cultivo, en nuestro tipo, de «caracteres adquiridos», transmitidos por los genes, habríamos mejorado el mestizaje chileno preparándolo para el cumplimiento de un destino superior. Posibilidad ya adelantada por el visionario Palacios.
Chile debería cerrar definitivamente las puertas al asiático, al chino, al japonés, al vietnamita, al coreano, al negro, al judío, y abrirlas al alemán, al nórdico europeo, entregándoles el lejano sur para colonizarlo. Ya no es posible tentarles con tierras y trabajos, como lo fuera después de la última Gran Guerra, cuando se hallaban empobrecidos y hambrientos. Hoy el alemán es rico y sólo en muy buenas condiciones se trasladaría al sur del mundo, empujado quizás por el temor a catástrofes ecológicas. Por ello, entre otras razones, el logro de estos fines, de esta misión salvadora de nuestra nacionalidad, de nuestra identidad, no pueden quedar a cargo de la libre empresa, del tecnócrata, del capitalista de los bancos, del interés privado. Es labor exclusiva de un Estado Visionario, de un Estado en Forma, de un Estado Racista Chileno, que comprenda que el destino ha puesto en sus manos la más grande decisión de su historia: Salvarnos étnicamente, o dejarnos hundir sin esperanzas. Seguir siendo, o desaparecer.
Como hemos dicho, no bastan sin embargo las medidas puramente físicas, biológicas, en el caso humano. Sólo si son completadas con un retorno a los verdaderos ideales del Espíritu ellas son valederas. Una vida plena de idealismo más allá del materialismo del comercio y de la economía, yendo a las raíces del alma vernácula de los antepasados, con sus leyendas y símbolos, con la vida saturada de heroísmo de un campamento de guerreros, donde todos comen del mismo rancho y enfrentan en camaradería la vida y la muerte.
La gloria y el destino de Chile consisten en la conformación especial de esta precaria faja (Espada) de territorio y de sangre, rodeada de peligros mortales; adentro, las catástrofes, los terremotos; afuera, los enemigos implacables, siempre en acecho: nuestros opositores étnicos, los «enemigos raciales», que dejarán de serlo cuando nosotros no existamos ya más.
Estos peligros, sin embargo, están orientados a hacernos distintos en el ámbito americano, siempre que usemos nuestra imaginación (en la que somos tan pobres, como pueblo montañés) para superarnos a cada instante y por el advenimiento de una Raza.
Chile fue el país sagrado de los Gigantes Hiperbóreos del Polo Sur. Nuestra misión consistió en hacerlos salir un día nuevamente al aire de estas regiones puras, desde el interior de la montaña, desde la roca de los Andes, creándoles aquí, en la belleza divina del paisaje –y también dentro de nosotros mismos–, las condiciones para su retorno. Despertándoles de su sueño de edades.
Ésta fue mi misión, allí donde el Destino me puso: La vida de un último visigodo en Chile, que intentó desenvainar la Espada de la Patria Mística, para librar una imposible batalla de Héroes y de Dioses, antes de que también deba desaparecer.
Últimos párrafos de El ciclo racial chileno