Sobre la Marcha (suplemento), núm. 1 (1936).
Acaba de ser incluido en el primer volumen de la nueva colección de EB Libros titulada Miguel Serrano, el escritor.
He aquí cómo sucedió:
Teatro de barrio. ¿Qué película? Y El arrabal. (Algunos, yo, por ejemplo, recordamos: «Voy a morir en los arrabales, mis calles, con la cara sobre un hilo de agua de la acera» ―nos reíamos, claro…―). Avenida Matta, Arturo Prat, Serrano, San Diego, calles de recia personalidad, donde se acrisola y diamantiza lo más profundo del alma chilena ―suramericana por ende― y que es buena. De aquí partía, aquí encontraba la palabra esencial y se elevaba a la concepción de la más pura estética, conformación, en el sentido legendario de la palabra. Y es por esto que es imprescindible e irreparable en nuestro arte. Bueno, después del teatro un café, donde él era mago y donde, arrobados, sus amigos observaban su magia, convirtiendo las mujeres en montaña y viceversa. Ese día, extraña cosa, se hicieron presentes dos animales. Si el animal es bueno, contempla la palabra del mago y comprende, por instinto, la redención futura; si el animal es horrendo y malo, como los gatos, se ofende. Como Barreto les habló de Napoleón y de César ―es imposible, dijo, que un hombre rubio domine el mundo, no digo que sea mito, porque el mito es la única verdad―, entonces, los nacis lo mataron.
Así lo mataron. Se arregló el sombrero, se metió las manos al bolsillo y se alejó de sus compañeros, solo, siguiendo la propia línea de su destino. Tratando de medir el temple de su fe ―como el Héroe golpeando su espada en la roca―. «Yo no puedo morir. ¿Cómo voy a morir yo?» ―pero muy adentro él comprendía, él lo comprendía todo―. Y como todo en el Héroe es simbólico, cayó, solo, frente a la Escuela Olea, edificio que le preocupó tanto por su sentido de presagio. Lo patearon, lo robaron, etcétera. (Él no me permite que narre esto, para qué, esto es la grosera realidad). Dijo solo aquello, que es la expresión última, en palabras, de una tan profunda y humana individualidad. Nada más se puede lograr de las palabras, un poco más y el lenguaje estalla: ¿Quién ríe ahora, los de aquí o los de allá?… Y hay que haber conocido a Barreto para comprender que ahí está todo él, en su vida y en su muerte, resumido hasta lo doloroso.